Potasio incrustado en el cartel de un concierto aparentemente inmovilista demuestra que la cerrazón mental tiene sus puntos de fuga. Porque, cuando se anuncia una fiesta punk -¿punk?- todo el personal sabe que habrá mucha pose, poca contracultura y una turba de borrachos entregados al descerebre, lo del pasado 5 de Octubre en la Guineuta fue un intento de ruptura. Después de un interminable desfile de imbecilidad terminal sale a escena el último grupo, Potasio, y una leve esperanza sobrevuela por encima del mal sonido gracias a un sintetista sinestésico, unas cuerdas obesas y un tambor de preescolar, reanimando una velada que ya estaba muerta.
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